Stella McCartney, en Barcelona
- Stella abre en Barcelona su primera flagship en España
- Vegetariana desde niña, ordenó que no hubiese carne en la inauguración
- "No entiendo por qué la moda sigue explotando la piel o matando animales"
Paseo de Gracia de Barcelona. Una de las cuatro calles más caras de
España. Quienes viven en Cataluña llevan años viendo lo último de todas
las firmas de lujo conocidas en sus kilómetros de escaparates. También
la manifestación independentista más multitudinaria habida en el país,
en septiembre de este mismo año. Lo que no había visto nadie hasta ahora
es una escena de este calibre: son las ocho de la tarde y un carromato
metálico vintage sirve vodka helado ante el número 102 de la
avenida. Centenares de viandantes miran como una joven agrupación
castellera construye una torre humana de cinco pisos para deleite de una
sola persona. Stella McCartney. La organización, esta vez, lo ha
dado todo. "Me ha gustado mucho, creo que tiene un gran mérito eso de
que chicos tan jóvenes puedan subir tan alto unos sobre otros. Es la
primera vez que lo veo y me ha impresionado mucho. Es una muestra de
cultura muy particular".
Stella estuvo ayer miércoles en Barcelona para
inaugurar su flagship store en España, la quinta de
Europa. "Me encanta Barcelona, es una ciudad increíble. Es historia,
pasión y creación. Me siento afortunada de poder ocupar esta
localización tan especial, en la mejor calle de la ciudad. Es,
seguramente, la más apasionante ciudad de España y su cultura es
riquísima. Creo que he tenido mucha suerte".
Stella, acompañada en todo momento por un alto lacayo que dice cuándo
terminan las preguntas –a las que ella no tiene inconveniente en
contestar hablando a mayor velocidad que Christian Gálvez en
Pasapalabra–, es la anfitriona e invitada estrella. En su inauguración ha cuidado personalmente de que no haya carne en el catering. Es vegetariana militante desde niña.
Vegana, diría un snob. Alguien le hace notar lo incomparable del jamón
de bellota y ella prefiere resaltar los exóticos microvasitos de
chocolate con churro, con uno, que por allí circulan. O los bocaditos de
falafel. "Celebro que aquí se hayan prohibido las corridas de toros.
Aplaudí cuando lo supe. Una razón más para amar esta ciudad, me siento
orgullosa de vosotros". El lacayo apunta que en Las Palmas ocurrió
lo mismo hace diez años y ella hace un gesto displicente dando a
entender que la importancia de la cuna de Gaudí merece aplauso aparte.
La filosofía empresarial sostenible de Stella no es hueca. No
se trata de palabrería. Valores como el vegetarianismo o el respeto por
el medio ambiente los aprendió de sus padres y los ha transmitido a sus
hijos. Hoy, los aplica en su empresa. Utiliza lana, seda, tejidos naturales o sintéticos pero jamás pieles. Ni de bovino ni de marta cibelina. Es abierta partidaria de PETA, asociación animalista que se distingue por sus radicales acciones también en desfiles de moda. Stella evita en lo posible los productos contaminantes.
Eso no facilita que su ropa sea precisamente barata –zapatos de 400
euros, bolsos de 600 y abrigos de mil– pero sí supone una lección de que
existen alternativas. "Esta tienda tiene un bajo nivel de PVC en toda
su estructura. Procuro no usarlo nunca porque contamina muchísimo. En
general utilizo materiales sostenibles para todo, sabido es que no
empleo piel natural ni en zapatos, bolsos o prendas de ropa".
Stella consiguió en tiempo récord que Karl Lagerfeld se
tragase una bravata ("Veremos si tiene tanto talento como apellido"), se
formó en Gucci junto a Tom Ford, fue directora creativa de Chloé antes
de abrir su propia firma y ha diseñado vestuario para Madonna, Annie
Lennox y varias películas. También para Adidas, H&M y C&A. E
incluso la equipación de Reino Unido en los JJOO de Londres. Hoy, sigue
entendiendo la industria de la moda como una algo emocionante: "Es una
aventura, una inversión pero también un desafío demostrar cómo en la
industria de la moda puede trabajarse de otro modo. Es importante explorar nuevas materiales y efectos. Pero es que todos ganamos con eso. No entiendo por qué la moda sigue explotando el PVC, la piel o matando 50 millones de animales al año para esta industria".
Antes de irse, una periodista le pregunta qué hay de ese sobrenombre que tan poco le pega a una vegetariana, Steel Stella ('Stella de acero'). Con sorna y apelando a un animalístico sentido del humor británico, contesta: "Tenía un gato que se llamaba Acero. Un gatito peludito que se llamaba así". Claro que, en inglés, pussycat, tiene otra pícara acepción.
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